Guatemala
- Mito Maya –
El hombre de oro
La primera versión escrita de este mito del Popol
Vuh permaneció oculta hasta 1701, cuando los mayas de de la comunidad de Santo
Tomás Chuilá, Guatemala, la mostraron al sacerdote dominico Fray Francico
Ximénez. Las secciones que aquí comentamos proceden de las partes primera y
tercera del Popol Vuh (que consta de cuatro partes). Se refieren a la creación
del mundo, las migraciones y el asentamiento final de los antepasados del
pueblo quiche. El siguiente mito fue tomado de la obra Guerreros, Dioses y
Espíritus de la Mitología de América Central y Sudamérica, de Douglas Gifford.
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Hay una historia
acerca de la creación según los mayas, recogida en nuestro propio siglo. Cuenta
que, hace mucho tiempo, hubo cuatro dioses. Ya había sido creada la tierra, que
estaba repleta de plantas y de animales, así como el mar, en donde había
muchísimos peces. El viento lo vigilaba todo y traía, a su debido tiempo,
diferentes climas. Pero faltaba una cosa: la gente.
—Debemos crear
algún ser que agradezca nuestros arduos trabajos —dijo uno de los dioses.
Los otros se
mostraron de acuerdo, y comenzaron a discutir acerca de cuál sería la materia
más apropiada para proceder a la creación que pretendían. Primero lo intentaron
con barro. Modelaron un hombrecillo de arcilla, al que dibujaron la cara y sus
rasgos. Cuando hubo secado pareció muy bien hecho; mas cuando los dioses
sometieron a la figura a la prueba de las aguas aquel cuerpo se disolvió hasta
desintegrarse por completo.
Entonces los
dioses tomaron la fama de un árbol y, con sus cuchillos, trabajaron en ella
hasta darle piernas y brazos, con sus correspondientes pies y manos, así como
con sus dedos, y le esculpieron una delicada nariz, y le tallaron boca, ojos y
orejas. Satisfechos de su obra, los dioses sometieron su creación a la prueba
del agua; el cuerpo flotó sin ninguna dificultad.
—Veamos si soporta
la prueba del fuego —dijo el primero de los dioses, procediendo de inmediato a
poner en el fuego al hombre de madera.
La rama estaba
seca y se consumió de inmediato entre las llamas; al poco no hubo, en lugar del
hombre de madera, sino un montón de cenizas.
—Lo haremos de oro
—dijo el tercero de los dioses, sacándose del bolsillo una gran pepita de oro.
Una vez más los dioses modelaron la figura de un hombre. La sometieron a la
prueba del agua, y no se desintegró; la pusieron al fuego, y poco después salió
de entre las llamas, aún más hermosa que antes.
—Lo hemos
conseguido —dijeron los dioses—. Ahora tendremos quien nos alabe —añadieron,
procediendo a musitar en los oídos del hombre de oro palabras de alabanza.
Pero aquella
figura nada dijo; los miraba fijamente sin verlos. Por eso, el cuarto dios, que
hasta entonces había guardado silencio, habló.
Era un dios
humilde, que no vestía de la espléndida y deslumbrante manera que los otros,
sino en tonos gris parduzco. í,
—Hagámoslo de
carne —dijo; y antes de que los otros pudieran darle réplica desenfundó su
cuchillo y procedió a cortarse los dedos de su mano izquierda.
Los dedos cortados
salieron corriendo, de inmediato, por sí mismos, tan velozmente como les fue
posible. Así fue como aparecieron sobre la tierra los primeros humanos. Jamás
pudieron ser sometidos a la prueba del agua o a la prueba del fuego, pues
corrían demasiado; pero pronto hubo miles de ellos, que deambulaban por la
tierra dando cuenta de todo lo que era comestible, protegiéndose de la lluvia
con hojas y sin que los animales los atacaran.
Los dioses
trataban de no quitarles la vista de encima; pero aquellos seres se movían a
tal velocidad, y tenían la facultad de ver a tanta distancia, que los viejos
dioses eran incapaces de seguir sus movimientos. Los dioses comenzaron a
bostezar y a estirarse y acabaron por quedarse dormidos, agotados por el
esfuerzo de la creación.
Un día los
hombres-dedo descubrieron al hombre de oro. Se aproximaron a él, con sumo
cuidado, atentos a cualquier palabra, movimiento o sonrisa de la figura. Le
ofrecieron alimentos para comer y agua para beber; pero no los tocó.
Al cabo, y en
actitud más osada, los hombres dedo se dedicaron a tocarlo con las manos; pero
lo notaron frío y muerto, y les dio escalofríos. Sin embargo les pareció que
aquello era importante; y cuando se marcharon de aquel lugar se llevaron la
figura y la cuidaron como si estuviera viva. Poco a poco el hombre de oro fue
adquiriendo calor, hasta que un día pronunció las palabras de gratitud que los cuatro
dioses le habían enseñado.
Al oír las
palabras con las que el hombre de oro les daba las gracias los cuatro dioses
despertaron de súbito y miraron a su alrededor. Vieron lo que habían hecho los
hombres-dedo, y se mostraron satisfechos; también sintieron gran contento ante
las palabras del hombre de oro.
—El hombre de oro
ha respondido como debía, y los hombres-dedo también; han hecho muchas y muy
buenas cosas —dijeron—. El hombre de oro y sus descendientes serán ricos, y los
hombres-dedo serán pobres. Pero el hombre rico acudirá en ayuda del pobre, pues
éste también ha sabido ayudar al rico a su manera. Y el hombre pobre responderá
por el hombre de oro, cuando tenga que enfrentarse ante la Faz de la Verdad.
Nuestra ley es esta: Ningún hombre rico entrará en el cielo, a menos que vaya
de la mano de un pobre.
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