Una noche, se citaron junto al cerco de espinillos que separaba los maizales de los corrales de llamas y alpacas. Allí decidieron huir juntos. No fue fácil: el hechicero se convirtió en una figura demoníaca que los perseguía siempre, en cualquier lugar donde se ocultaran. Se refugiaron en los matorrales, entre los árboles, en cuevas escondidas, pero todo fue inútil: el negro demonio de la muerte los acosaba.
Un día, se encontraron frente a frente con un jaguar con ojos de hombre: el Uturunco, quien mostraba sus dientes afilados y rugía, amenazante. Entonces, los jóvenes se transformaron: él, en el magnífico cerro Uritorco y ella, en el río Calabalumba, ese torrente de lágrimas que, como un manantial, surge del pecho de piedra de la montaña. Dicen que, por el conjuro de ese amor, todo aquel que se acerca al Uritorco queda extasiado al contemplar sus tonalidades cambiantes, y mareado por una atracción extraña y una sensación de bienestar. Dicen que es muy difícil dejar de admirar su magnética presencia.
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