URITOCO Y CALABALUMBA (Leyenda)

Uritorco era un indio joven, alto y barbado. Cuando conoció a Calabalumba, le pareció tan hermosa como la flor de suico. La vio vestida con su falda de lana y su camisa adornada con laminillas de caracol, y peinada con el cabello recogido en una trenza negrísima con colgantes de metal. La siguió, pero ella se escabulló entre la gente; sólo dejó en el aire el sonido de las medallas de cobre y plata que colgaban de sus pulseras, y su perfume suave. Uritorco se había enamorado y la buscó hasta encontrarla otra vez. Calabalumba también lo amaba. Pero era hija de un hechicero y el padre jamás aprobaría su relación con Uritorco. Ella lo sabía y también sabía que no iba a poder renunciar a su amor.
Una noche, se citaron junto al cerco de espinillos que separaba los maizales de los corrales de llamas y alpacas. Allí decidieron huir juntos. No fue fácil: el hechicero se convirtió en una figura demoníaca que los perseguía siempre, en cualquier lugar donde se ocultaran. Se refugiaron en los matorrales, entre los árboles, en cuevas escondidas, pero todo fue inútil: el negro demonio de la muerte los acosaba.
Un día, se encontraron frente a frente con un jaguar con ojos de hombre: el Uturunco, quien mostraba sus dientes afilados y rugía, amenazante. Entonces, los jóvenes se transformaron: él, en el magnífico cerro Uritorco y ella, en el río Calabalumba, ese torrente de lágrimas que, como un manantial, surge del pecho de piedra de la montaña. Dicen que, por el conjuro de ese amor, todo aquel que se acerca al Uritorco queda extasiado al contemplar sus tonalidades cambiantes, y mareado por una atracción extraña y una sensación de bienestar. Dicen que es muy difícil dejar de admirar su magnética presencia.

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